Una de las profesiones todavía reservadas a los hombres y no a las mujeres, es la de Náufrago.
Recurramos a la Literatura para reforzar esta tésis:
Ulises, Robinson Crusoe, Arturo Gordon Pym, Edmundo Dantés en el conde de Montecristo, la isla del día de antes de Umberto Eco, El relato de un Náufrago, de García Márquez, etc etc. Todos son varones. Es posible, me diréis, porque las mujeres antes no se embarcaban.
¡Falso!
Ellas siempre se embarcaron; De hecho, gracias a sus arribadas a nuevos puertos, se procreó allende los mares en tierras lejanas. Si no se hubieran embarcado, la especie no se habría multiplicado.
¿Por qué entonces no se hallan mujeres en los naufragios?.
La respuesta es sencilla: Ellas se embarcan pero se curan de las tempestades, de las mareas, dominan las artes mágicas y navegatorias, se refugian, se protegen, se resguardan y, por ello, sobreviven al naufragio, tanto marinero cuanto de cualquier otro tipo. Quisiera en este momento tener su fuerza, su entereza, su sangre fría y su coraje, pero no resisto.
El sol me aturde. No recuerdo lo que acabo de escribir. Enrollo el trozo de tela rasgado con un tizón mojado del trinquete, lo introduzco en la última botella que me queda y la dejo caer por la borda de mi balsa. El sol me abrasa los labios, me seca los ojos, me despelleja la frente y la naríz. El agua del mar hierve a mi alrededor mientras una mujer desembarca sana, salva y rutilante en algún puerto donde tras unas semanas se olvidará de mí.
La tempestad ha dejado paso a una calma con igual sabor a muerte. Entre delirios relaciono que naufragio suena parecido a sarcófago.
Save Our Souls
viernes, 26 de abril de 2019
martes, 23 de abril de 2019
EL MÁS GRANDE CABALLERO QUE VIERON LOS SIGLOS
— ¿Qué aposento, o qué nada, busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni
libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mesmo diablo.
— No era diablo —replicó la sobrina—, sino un encantador que vino sobre una
nube una noche, después del día que vuestra merced de aquí se partió, y,
apeándose de una sierpe en que venía caballero, entró en el aposento, y no sé
lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando por el tejado, y
dejó la casa llena de humo; y, cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho,
no vimos libro ni aposento alguno; sólo se nos acuerda muy bien a mí y al ama
que, al tiempo del partirse aquel mal viejo, dijo en altas voces que, por
enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento, dejaba
hecho el daño en aquella casa que después se vería. Dijo también que se
llamaba el sabio Muñatón.
— Frestón diría —dijo don Quijote.
— No sé —respondió el ama— si se llamaba Frestón o Fritón; sólo sé que
acabó en tón su nombre.
— Así es —dijo don Quijote—; que ése es un sabio encantador, grande
enemigo mío, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que
tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un
caballero a quien él favorece, y le tengo de vencer, sin que él lo pueda
estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede; y
mándole yo que mal podrá él contradecir ni evitar lo que por el cielo está
ordenado.
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