Una de las profesiones todavía reservadas a los hombres y no a las mujeres, es la de Náufrago.
Recurramos a la Literatura para reforzar esta tésis:
Ulises, Robinson Crusoe, Arturo Gordon Pym, Edmundo Dantés en el conde de Montecristo, la isla del día de antes de Umberto Eco, El relato de un Náufrago, de García Márquez, etc etc. Todos son varones. Es posible, me diréis, porque las mujeres antes no se embarcaban.
¡Falso!
Ellas siempre se embarcaron; De hecho, gracias a sus arribadas a nuevos puertos, se procreó allende los mares en tierras lejanas. Si no se hubieran embarcado, la especie no se habría multiplicado.
¿Por qué entonces no se hallan mujeres en los naufragios?.
La respuesta es sencilla: Ellas se embarcan pero se curan de las tempestades, de las mareas, dominan las artes mágicas y navegatorias, se refugian, se protegen, se resguardan y, por ello, sobreviven al naufragio, tanto marinero cuanto de cualquier otro tipo. Quisiera en este momento tener su fuerza, su entereza, su sangre fría y su coraje, pero no resisto.
El sol me aturde. No recuerdo lo que acabo de escribir. Enrollo el trozo de tela rasgado con un tizón mojado del trinquete, lo introduzco en la última botella que me queda y la dejo caer por la borda de mi balsa. El sol me abrasa los labios, me seca los ojos, me despelleja la frente y la naríz. El agua del mar hierve a mi alrededor mientras una mujer desembarca sana, salva y rutilante en algún puerto donde tras unas semanas se olvidará de mí.
La tempestad ha dejado paso a una calma con igual sabor a muerte. Entre delirios relaciono que naufragio suena parecido a sarcófago.
Save Our Souls